Admitámoslo. No importa cómo de limpias estén las sábanas, ni el brillo del suelo, ni los 200 canales de televisión, ni que tampoco que las vistas sean dignas del mejor paraje natural. Normalmente los clientes suelen relacionar los aromas desagradables con la insalubridad. Cuando una habitación huele mal, el cliente se lleva un mal recuerdo de la estancia, repercutiendo negativamente en la reputación del hotel. Es muy habitual encontrarse con usuarios que, molestos por esta aparente falta de higiene, comentan en foros, páginas webs y distintas redes sociales la mala experiencia que han tenido en un hotel determinado.
Los malos olores pueden tener varias causas. Los sospechosos habituales suelen ser las cañerías, la falta de ventilación, el entorno del hotel y, cómo no, el tabaco. Aunque se prohíba fumar en las habitaciones, el rastro que deja el humo del cigarrillo sigue siendo una queja recurrente en las hojas de reclamaciones. En ocasiones, los responsables del hotel se ven obligados a inmovilizar aquellas habitaciones invadidas por aromas desagradables, después del nefasto uso que algunas visitas hacen de ellas.
Independientemente de las causas del mal olor, las consecuencias siempre son las mismas: pérdidas económicas y deterioro de la imagen. El problema cobra especial importancia cuando estos aromas no se pueden tapar con ambientadores que tan sólo disfrazan el olor, sin atajar el problema de raíz. Afortunadamente, existen varias soluciones a tener en cuenta. El ozono ha demostrado ser una de las más eficaces gracias a sus cualidades microbiocidas, que desinfectan, desodorizan y esterilizan el ambiente. A través de un sistema que imita la depuración natural de la atmósfera, los purificadores de ozono consiguen regenerar el aire y eliminar los microorganismos culpables de malos olores, alergias y otras enfermedades.